Nº 306 - 20 de junio de 2014

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  • Doctor Felipe Sierra, quien se desempeñó en la Facultad de Medicina de nuestra corporación  entre 1998 y 2002, siendo el primer científico que aisló un gen cuya expresión cambia con el envejecimiento en un trabajo que representó un novedoso aporte a creación del conocimiento a nivel mundial, se refiere a los avances científicos para aminorar el principal factor de riesgo de múltiples enfermedades: el envejecimiento

Doctor Felipe Sierra

Es una ola gigante de cabellos plateados que está a punto de cambiar la historia de la humanidad; el 2017 habrá, en todo el mundo, más personas mayores de 65 años que menores de cinco. El envejecimiento, explica el doctor Felipe Sierra, es el mayor factor de riesgo de todas las enfermedades crónicas, como las cardiovasculares o el cáncer. El problema es que, añade, siempre se ha pensado que no se puede hacer nada contra este proceso natural de la vida. Hasta ahora.

El doctor Sierra es director de la División de Biología del Envejecimiento del National Institute on Aging, NIA, una de las cuatro que la componen y que está encargada de financiar proyectos relacionados con la investigación biológica en el área básica de esta parte del proceso vital. Allí, el doctor Sierra y  su grupo crearon el término gerociencia para describir la relación entre la vejez y todas las enfermedades crónicas, como su mayor factor de riesgo.

Por toda su experiencia, tiene varias certezas claras y definidas; la primera, es que es un tema prioritario por estudiar, porque representa un desafío que no ha tenido parangón en la historia del ser humano y, por lo mismo, con repercusiones no sólo en el ámbito de la salud sino que en todos los aspectos del desarrollo social. Segundo, que como dice en sus propias palabras “ahí está la papa”, porque es donde se centrarán las próximas tendencias en investigación. Tercero, que al parecer a ojos vistas sí hay posibles oportunidades de retrasar los efectos indeseados del envejecimiento, como son las enfermedades crónicas: dice que es cosa de ver a los que alcanzan longevidad cercana a los 100 años: “finalmente se sabe poco de qué mueren, porque no han desarrollado ninguna de esas enfermedades”. Y cuarto, como tiene la oportunidad de conocer los diferentes proyectos científicos que buscan estas respuestas, cree que hay al menos tres áreas en las que podría estar el Santo Grial contra el envejecimiento: la proteostasis, la restricción calórica y la rapamicina.

Proteostasis

En simple, explica, la proteostasis “es la capacidad de mantener el proteoma, es decir el conjunto de nuestras proteínas, en buen estado. Las proteínas se sintetizan, se usan, se dañan y se degradan: Si no las podemos degradar, a nivel celular se acumulan proteínas en mal estado, por lo que se empiezan a desnaturalizar”.

Más simple aún: “Imagínate que muchas de las proteínas parecen como unas bolitas, que por fuera tienen cosas que les gusta estar en el agua; es decir, son hidropáticas. A medida que se van desnaturalizando, se abren partes internas que no les gusta estar en el agua, por lo que son hidrofóbicas; debido a eso se pegan unas con otras, para taparse del agua, lo que genera agregados de moléculas como las que se producen en el cerebro por el Alzheimer, en el páncreas con la mielina o en el corazón con las transtiretinas. Son enfermedades que están asociadas al envejecimiento y que vienen, en mi opinión, de esta incapacidad de las células viejas de manejar estas moléculas que se están desnaturalizando y sobre las cuales perdemos la capacidad de degradarlas”.

¿Y cómo sería posible mantener o recuperar esa capacidad?                                         
En eso estamos; en ratones ya lo podemos hacer. Un resultado reciente de la investigadora española Ana María Cuervo, codirectora del Instituto de Estudios del Envejecimiento del Albert Einstein College of Medicine de Nueva York, sostiene que con la edad baja una actividad específica que es un tipo de autofagia celular, y descubrió que sucede porque cae la expresión de una proteína que es Lamp 2 A. No sabe por qué sucede esto, pero observó que cuando induce a niveles normales esta proteína en el hígado en ratones de 15 meses, es decir envejecidos, la autofagia se recupera como cuando el ratón es joven: no hay proteínas dañadas. Por una parte, lo interesante es que usó un muy buen modelo de longevidad, no investigó sobre modificaciones genéticas que poco tienen que ver con la realidad. Por otra, que si bien no podemos cambiar los genes de las personas –es decir, no podemos cambiar el hecho de que por el envejecimiento se reduzca la expresión de Lamp 2 A-, al identificar los genes involucrados en la codificación de esa proteína Lamp 2 A, podemos desarrollar drogas que la estabilicen o desestabilicen; además, los estudios en genética nos permiten tener una idea de quiénes tienen mejor expresión de los genes de autofagia y, por lo tanto, son menos susceptibles a perder la capacidad de degradar las proteínas en mal estado.

Restricción calórica

En el encuentro de “Coloquios en Biomedicina”, realizado el 12 de junio de 2014, el doctor Sierra ahondó respecto de las investigaciones de Valter Longo en materia de restricción calórica. El doctor Longo es profesor la Escuela de la USC Davis de Gerontología, con un nombramiento conjunto en el Departamento de Ciencias Biológicas, además de servir como el director del Instituto de Longevidad USC, quien propone que un ayuno en condiciones controladas y especiales, pero no prolongado en el tiempo, podría resultar beneficioso para contrarrestar el efecto negativo de la quimioterapia sobre las células sanas de los pacientes de cáncer. Así, plantea es que de algún modo, el ayuno agudo induce una respuesta de protección celular que es diferencial entre las células sanas y las tumorales, debido a que la acción de los oncogenes activados presentes en las células tumorales impide que las células monten esta respuesta. Al final, el resultado es que las células sanas se protegen eficientemente frente a los efectos perjudiciales de la quimioterapia gracias a la respuesta inducida por el ayuno, mientras que las células tumorales son más sensibles porque impiden esa respuesta de protección disparada por el ayuno; aún más, en la actualidad, describe que la restricción calórica no solo protege a las células normales de los efectos perjudiciales de la quimioterapia sino que, además, hace que esa quimioterapia sea más efectiva frente a las células tumorales. “Creo que, a nivel de medicina traslacional, se podría hacer investigación clave sometiendo a dieta a pacientes sometidos a quimioterapia. Estoy tan convencido de esto que, antes de que mi hermana Consuelo falleciera recientemente de cáncer, le dije que si tenía que hacerse quimioterapia me llamara, para intentar esto. Pero desgraciadamente no tuvo quimioterapia”.

Rapamicina  

También en el área de medicina traslacional, el doctor Sierra cree que en este producto de la bacteria Streptomyces hygroscopicus, propia de la tierra de Rapa Nui y que fue descubierto por científicos brasileños y canadienses, para luego ser patentado y convertirse en la base de un medicamento indispensable antiinflamatorio e inmunosupresor para evitar el rechazo en los trasplantes de órganos, puede haber una gran veta por estudiar.

“En un proyecto que financiamos y que se publicó el 2009 se demostró que si se le da rapamicina a los ratones, viven más y con mejor calidad de vida”, explica. Pero como tienen claro que la FDA no dará su venia para probar esta droga en humanos para prevenir el envejecimiento, que no es una enfermedad, espera poder aprovechar otras instancias para investigar: “Descubrimos un estudio, financiado por el Instituto del Cáncer, en cáncer renal. Este tipo de cáncer es bien particular, porque su tratamiento es sólo quirúrgico; se saca el riñón afectado y después ni siquiera se hace quimioterapia. Lo que quieren hacer en ese proyecto es dar rapamicina por un año a los pacientes a los que ya se les extirpó el órgano enfermo, cuando están técnicamente sanos, para ver si tienen menos recaídas, y van a medir 10 años después si es que ha vuelto el cáncer. Es un modelo estupendo para que financiemos investigaciones que averigüen, en personas sanas, los efectos beneficiosos de este medicamento en otros factores, como demencia, patologías cardiovasculares, diabetes y otras”.

El doctor Sierra termina señalando que, si bien no es su área científica, los determinantes sociales vinculados al envejecimiento y su posible retraso también tendrán que ser estudiados. “Se puso la edad de jubilación a los 65 años cuando la expectativa de vida era de 70. Pero eso ahora no es sustentable, tanto desde el punto de vista financiero como de salud, laboral o social. No se ha pensado, por ejemplo, que no será necesario tanto recambio generacional en los puestos de trabajo, porque vienen muchos menos jóvenes detrás para reemplazar a quienes se retiran”.

Cecilia Valenzuela


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