Nº 249 - 8 de enero de 2013

El doloroso adiós de una gran maestra
Leer más..

En busca de un pronóstico para la diabetes tipo 1
Leer más..

Ley de Tabaco: un triunfo de la salud pública y de la ciudadanía
Leer más..

Doctora Ester Mateluna, pediatra
El doloroso adiós de una gran maestra

  • El 31 de diciembre de 2012, junto con el año viejo, falleció quien fuera directora de la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile entre 1994 y 2003, y subdirectora académica de nuestra facultad desde esa fecha al 2005. Estuvo a cargo de importantísimos procesos institucionales, tales como el nacimiento del Campus Occidente, junto a un equipo de destacados académicos, y la reforma curricular de Medicina en 1998. Partió su carrera siendo una de las poquísimas mujeres que podía ingresar a estudiar esta carrera en 1953; terminó siendo primera entre sus pares.

Doctora Ester Mateluna.

En este mundo universitario asumió un rol protagónico en la gestión académica integral, de formar a las nuevas generaciones en la ciencia  y en el arte de ser médico. Su legado a la educación médica se visualizó en iniciativas innovadoras para evaluar el aprendizaje y el integrar técnicas audiovisuales que perfeccionaron la forma de enseñar medicina. Desde su rol directivo logró incorporar herramientas tecnológicas, técnicas de aprendizaje basadas en los alumnos y motivar a los médicos a mejorar sus competencias docentes.

Asimismo, participó en la creación de los currículos académicos para siete carreras de la salud no médicas, unificando criterios y creando el grado académico de licenciatura, renovación de los estudios médicos implementada a partir de 1998. Este cambio permitió que profesionales de estas disciplinas pudieran cursar grados de magister y doctorado, aportando así mejores especialistas.

Representó a la Universidad de Chile para la OPS/OMS en programas y congresos de educación médica que mostraron a nivel internacional el buen nivel de enseñanza de Medicina en nuestro país. Participó en desarrollar y extender la enseñanza de la ética médica y, más tarde, se integró activamente al Tribunal de Ética del Colegio Médico de Chile, el que presidió.

Sus iniciativas se tradujeron en comisiones médicas para revalidaciones de estudios en el extranjero, reválida de título médico cirujano, reválidas de médicos retornados y la acreditación Mercosur, entre otras.

Lideró la Asociación de Facultades de Medicina de Chile para la creación del Examen Médico Nacional, hoy Eunacom, que asegura el nivel de competencias de los futuros profesionales. Además, participó en la acreditación de los Programas de Educación Superior de las escuelas de medicina del país.

De extensa labor asistencial, académica y gremial, fue reconocida en diciembre pasado por su trayectoria con el Premio de Honor 2012 del Colegio Médico.

En el año 2005 dio una entrevista para el séptimo tomo de los libros de la Facultad de Medicina “Huella y Presencia”. Aquí recordamos sus palabras.

La doctora Ester Mateluna: tiempo de cambios

“Voy a efectuar una punción lumbar a todo niño que...”. Así iniciaba uno de los apuntes que hacía la doctora Ester Mateluna cuando, a mediados de la década de los ’60 –y con terror de dejar pasar por ignorancia un enfermo grave, como podría ser de meningitis- comenzó a ejercer la pediatría. Venía llegando de Estados Unidos, país al que acompañó por dos años a su marido, Juan Munizaga, y esta era la única disciplina médica que no había olvidado después de titularse, por práctica obligada, pues tuvo a su primer hijo, Juan Francisco.

De vuelta en Chile se integró al Hospital San Juan de Dios, donde el doctor Julio Schwarzenberg, jefe de servicio, la acompañó en sus primeros pasos. “Algo ayuda...”, le respondía en escueto aliciente este maestro cuando ella le informaba respecto de qué tratamiento daría a sus pacientes. Por ello, y sin querer fallar, llenó su carpeta de hojitas de apuntes en las que detallaba qué hacer frente a diversas patologías: listas enormes que luego corregía. Eran tan completas que los internos se las pedían prestadas: “descubrí que si me pedían explicaciones era porque no estaban claras, de manera que tuve que pulir esos apuntes, entendiendo que la mejor forma de aprender era enseñar”, cuenta la doctora.

Lo que esos internos no sabían, y la doctora Mateluna ni siquiera imaginaba, era que esas eran las primeras guías de estudios de quien sería una destacada directora de la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile.

Haciendo facultad

Desde que ingresó a la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile en 1953, a su primer año de estudios, sabía que quería ser doctora. No le importó tener que pasar más exigencias que sus compañeros, pues en esa época la Casa de Bello permitía el ingreso sólo de 30 mujeres –versus 120 varones-, por lo que entre ellas se cimentó la fama de buenas estudiantes. Nadie las discriminó negativamente; y cuando las discriminaron, pero positivamente, decidieron declinar la gentileza: “cuando llegamos al internado, el doctor Plaza de los Reyes propuso que las mujeres no hiciéramos turno nocturno, pero que a cambio nos quedáramos todos los días hasta las nueve de la noche. Dos semanas después le  agradecimos, pero no aceptamos su oferta, pues era un pésimo negocio; con el sistema normal salíamos a las cinco de la tarde y sólo trabajábamos una noche cada seis”.

Su acuciosidad fue la que, en definitiva, la acercó a la docencia, pues tras su retorno de Norteamérica logró que el doctor Adalberto Steeger, Profesor Extraordinario de Clínica Pediátrica, la invitara a acompañarlo durante los pasos prácticos de Radiología, honor que ella aceptó con su habitual empeño: todas las tardes las pasó en el servicio de rayos aprendiéndose el material obtenido de los pacientes. Por ello, el profesor Steeger le dio unas horas como ayudante de Pediatría y allí estuvo, hasta que el 1968 se produjo la Reforma Universitaria, desaparecieron las cátedras y su mentor declinó optar a la dirección del nuevo Departamento de Pediatría, con residencia en el Hospital San Juan de Dios, para dar la oportunidad a la doctora Carmen Velasco Rayo: “La elegimos por unanimidad, porque era muy ordenada, estábamos acostumbrados a que organizara el curso, repartiera las tareas y las controlara; en suma, era la líder natural del grupo”.

Con ella, y sus colegas, en 1972 asumieron la tarea de crear la sede Occidente, de la cual la doctora Velasco pasó a ser secretaria de facultad, por lo que la doctora Mateluna fue electa directora de departamento en su reemplazo. “Crear esta facultad fue una cruzada, un sueño que en el Hospital San Juan de Dios nos electrizó a todos”.

¿No había temor a la disgregación?

Por el contrario, en esa época lo que uno quería era separarse de la sede norte, porque se le veía como un lugar de confusión en el que había gran efervescencia de ideas y grupos políticamente organizados muy fuertes. Mi visión, que puede ser muy sesgada, era que aquí predominaban los criterios partidistas por sobre los académicos. En Occidente tuvimos que organizar un nuevo currículum, que hicimos mediante un programa de aparatos y sistemas y un internado de dos años; una asignatura era, por ejemplo, broncopulmonar, y sus cursos eran anatomía, histología, fisiopatología, anatomía patológica y esto con experiencia clínica en adultos y niños. Pero los avances no sólo se dieron en Medicina, sino que también en Obstetricia y Tecnología Médica: en esta carrera se inventó la especialidad en Otorrinolaringología, y se inició la fusión entre Laboratorio Clínico, Hematología y Banco de Sangre. Fueron un tiempo de desarrollo extraordinario en el que tuvimos que estudiar mucho: la doctora Velasco se preocupó que además aprendiéramos administración y educación médica.

En esa sede Occidente el tercer médico que ocupó el cargo de secretario de estudios -equivalente al de director de escuela- fue el doctor Rodolfo Armas Merino, quien en la segunda mitad de los ’70, por un viaje a Estados Unidos, le pidió a la doctora Mateluna que lo reemplazara: “y me quedé eternamente; me fui involucrando más y más en el trabajo docente, dejé la dirección del departamento y fue una de las cosas que sentí, porque perdí la subespecialización que quería seguir, que estaba entre recién nacido y broncopulmonar. Nunca me he quejado, porque no se puede hacer todo”, señala.

¿Cómo evalúa todo ese período como directora?

Uno va dando pasos chicos; si al partir alguien me hubiera dicho que va a ser directora de escuela y ocupar el cargo que alguna vez fue del doctor Benjamín Viel  me muero de risa, pero de secretaria de estudios de Occidente pasé a ser coordinadora docente de ese campus luego de la reunificación en 1980. Y ese también fue un período muy rico, porque debimos aunar cuatro planes de estudios, pues antes cada sede, además de las de Valparaíso y La Frontera -que se independizaron- daban el título de médico de la Universidad de Chile, y con mallas diferentes. Por eso estuvimos trabajando los secretarios de estudios de nuestras cuatro facultades hasta que al doctor Fernando Martínez, de Oriente, se le ocurrió redactarlo en contenidos mínimos y máximos para todas las asignaturas. Nos demoramos una década en quedar iguales, porque, por ejemplo, el Hospital José Joaquín Aguirre tenía su internado en un año y medio, mientras que todos los demás en dos años.

Desde que usted comenzó, y hasta hoy, ¿cómo han cambiado las generaciones de estudiantes?

Es un cambio muy grande y difícil de evaluar. Nuestros alumnos siguen siendo los mejores egresados de sus cursos y muy inteligentes, pero la que falló es la enseñanza media. Los chicos de antes venían de una formación secundaria mucho más rigurosa en la que, además, las clases duraban todo el día, y pasaron a estar media jornada y menos exigidos. Por eso empezamos a recibir alumnos con menos herramientas intelectuales para enfrentar el estudio; esa preparación tuvo que dárselas el área básica, los académicos debieron entregar estrategias de razonamiento, como enseñar a leer y escribir, a exponer; fue un trabajo asumido tan lentamente que a veces ni siquiera se toma conciencia del mayor esfuerzo que se exige a los docentes.

Cambio curricular

Uno de los mayores retos que debió enfrentar la doctora Mateluna, junto a todos los académicos de su escuela, fue implementar el cambio curricular diseñado por la Unidad de Planificación de la Educación Médica, UPEM, para Medicina en 1998, basado en sistemas entrelazados y centrado básicamente en el alumno, enseñándole a “aprender a aprender”. La doctora explica que “teníamos un modelo de 1911 que respondía a otras necesidades: apareció el concepto de accountability, en referencia a que la sociedad te pide cuentas, ¿y estábamos capacitados para responder, para trabajar en beneficio del usuario? Tampoco consideraba las tremendas transformaciones que sucedieron en los sistemas de atención de salud, como el nacimiento del sector privado, razón por la que el sector público fue dejado sin inversiones durante un largo período en el que perdió el avance tecnológico, de manera que tuvimos que buscar nuevos campus clínicos para los estudiantes, para mantener una formación de alto nivel”.

Esta innovación curricular significó capacitar a los docentes en este nuevo sistema, “y vencer la natural resistencia al cambio, que para mí fue una sorpresa ver también en algunos alumnos: cuando fui estudiante, en mi generación todos queríamos cambios y luchábamos por ello, aunque no viéramos nosotros los beneficios sino los que nos seguían; era un orgullo tener la oportunidad de influir y ayudar. Pero me tocó ver en grupos de jóvenes de ahora un gran conservadurismo y defensa del espacio personal, al mismo tiempo que una cierta superficialidad en el aprendizaje: prefieren mantener todo igual porque así saben cómo funciona y no tienen que hacer el esfuerzo de reorientarse. En cualquier caso, esto era la minoría; la gran mayoría aprovechó las nuevas circunstancias, publicaron trabajos, salieron de intercambio. Por ellos ha valido la pena”, medita la doctora Mateluna.

Hubiera querido ver más resultados de este proceso, “especialmente haber logrado incorporar a más académicos al cambio: se creó el Diploma de Educación en Ciencias de la Salud, que ha graduado a 190 docentes, lo cual es apenas la masa crítica, pero hay que seguir. Me habría gustado que hubiera sido más rápido, pero si no ha sido así es porque no había el viento para ello… eso se tiene que aprender”. En todo caso, agrega que, a su parecer, el mayor éxito de esta iniciativa fue “lograr hacer trabajar juntos a los cinco campus y sus hospitales, con programas y evaluaciones comunes, lo que fue un gran paso adelante”.

El necesario espacio para la modernidad

¿Piensa que dejó un sello en todas las generaciones a las que formó?  

Creo que mi sello fue tratar de facilitar el aprendizaje, de realizar las cosas de manera tal que estudiar Medicina no fuera una carrera de vallas sino un camino que se pueda planificar. Eso significaba que alumnos y profesores tenían que cambiar de rol, y eso fue difícil.

¿Qué  siente que le dio a usted la facultad en todos estos años?

El que me pagaran por hacer lo que me gustaba hacer, como es organizar el proceso de aprendizaje, lo cual hice con todo el apoyo de las autoridades, que fue muy valioso. Con el tiempo, el tema de la educación fue creciendo y absorbiendo en mí el área de la medicina clínica, porque es una ciencia como las otras, en la que hay normas y procesos demostrados que uno tiene que aprender. Y lo segundo que atesoro es la oportunidad que tuve de convivir con los alumnos. ¡Se les ocurre cada cosa! Están siempre vigentes, el estar a su lado le va mostrando a uno el progreso, cómo evoluciona el mundo. Se envejece más lento: los chiquillos la mantienen a una al día.

¿Y respecto de la subdirección académica, que usted asumió cuando dejó la Escuela de Medicina en el 2003?

Mi experiencia en la escuela me sirvió porque, de algún modo, fue continuar la labor que hacíamos con todos los directores de pregrado, un grupo de amigos con los que habíamos hecho un taller de liderazgo y dirección efectiva juntos, y logrado algo precioso: superar las diferencias entre profesiones, conformándonos en un equipo multidisciplinario que nos valorábamos al mismo nivel en una relación horizontal. Eso lo construimos a lo largo de diez años, durante los cuales cada uno aportaba técnicamente lo que era de su dominio.

Fiel a su amor por el crecimiento y el desarrollo, y respecto de su jubilación –ocurrida en mayo de 2005- la doctora Mateluna cree que “nadie es indispensable. Pienso que es muy útil y bueno para una institución que se produzcan cambios en la gente que está haciendo la tarea. Uno trata, pero ya no visualiza con tanta facilidad la modernidad, siempre es bueno que vengan personas jóvenes, con ideas y visiones nuevas que se pongan manos a la obra. Uno los puede acompañar un cuarto de trecho mientras se “enchufan” a la problemática, pero después hay que dejarlos seguir solos, porque hay que dar espacio a su creatividad, sus aportes, sus visiones”.

Cecilia Valenzuela León

PULSACIÓN SEMANAL
El Pulso
 © Todos los derechos reservados
elpulso@med.uchile.cl