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Nº 197 - 3 de octubre de 2011

No se necesita un milagro
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No se necesita un milagro


Doctor Erwin Buckel

Pamela Toledo, una niña talquina, tenía 12 años cuando sostuvo una conversación con sus padres, expresándoles su deseo de donar sus órganos a su fallecimiento. A las pocas semanas, e inesperadamente, sufrió un accidente vascular: ese 27 de septiembre de 1996 su familia respetó su voluntad, expresada con tanta fortaleza, convirtiendo a su hija en un ejemplo tal que, desde entonces, todo Chile conmemora este aniversario con el Día Nacional del Donante de Órganos y Tejidos.

Para que este enorme acto de generosidad sea posible, es necesario que todo el sistema que sustenta a la donación de un órgano funcione de manera impecable, transparente y confiable. El diagnóstico de muerte encefálica debe ser preciso y sin ambigüedades; el abordaje a la familia del paciente, acogedor, comprensivo e informativo; la extracción del o los órganos, un acto pleno de rigurosidad médica, que debe ser apoyado por una serie de servicios estratégicos civiles e incluso militares para su traslado hasta el centro asistencial donde dará un nuevo impulso vital a su receptor. 

Esta situación, de suyo compleja, lo es aún más cuando se trata de niños que esperan un trasplante o que podrían ser potencialmente donantes. Por una parte, la gran mayoría de los transplantes que se practican en nuestros niños son renales o hepáticos, para los que se requiere donaciones en vida, frente a lo cual sus familias siempre se muestran más que dispuestas a dar este regalo generoso e indispensable. Por otro lado, en todo el mundo la población pediátrica está menos expuesta a las causas que culminan en muerte encefálica, como son los traumas o las hemorragias intracraneanas; por ello, la posibilidad de contar con donación de órganos infantiles es menor. Además, al equipo de salud tratante le es más difícil también, porque intentan hacer todo lo posible para que el niño potencialmente donante no llegue a serlo.

Pero cuando sucede, he tenido la suerte de constatar que para las familias de los niños donantes esta experiencia es una luz de esperanza en medio del dolor. Años después del fallecimiento de sus hijos, nietos o hermanos, se me han acercado para preguntarme qué ha sido de las personas que han recibido los órganos, con el solo interés de cerciorarse que su regalo ha cambiado para bien la vida de otros. Por el contrario, quienes por cualquier motivo se han negado, parecen quedar con la sensación de que podrían haber hecho algo mejor a partir de esa tragedia.

Con la certeza de que su niño sigue viviendo en alguien más, las familias de los donantes quedan tranquilas y dan algún sentido a su terrible pérdida, porque tuvieron la oportunidad de hacer algo bello a partir de una situación indeseable. Porque comprendieron que muchas veces la vida, para continuar, no necesita de un milagro; necesita sólo de un órgano.

Doctor Erwin Buckel
Profesor Asistente Departamento de Cirugía Oriente
Facultad de Medicina Universidad de Chile  
Jefe Programa de Trasplante de Órganos
Clínica Las Condes