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Nº 191 - 22 de agosto de 2011

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Todos podemos necesitar un regalo


Doctor Luis Sepúlveda.

Hace poco tiempo comencé a explicarle a mi paciente que la solución definitiva para su insuficiencia cardíaca era un trasplante. Seriamente me respondió que “no”, porque se vería gorda, rara y lenta de movimiento. Por supuesto, estaba recordando las imágenes que hace más de 30 años fueron tomadas a los pacientes del Dr. Kaplan. Desde entonces, la medicina ha progresado tanto en el tratamiento de las enfermedades como en su prevención. Es así como la mitad de los pacientes trasplantados en el mundo nunca tuvieron nada al corazón, hasta que un día sufrieron un infarto que dañó la bomba de tal manera que desarrollaron insuficiencia cardiaca, la que, al progresar, los llevaría a la muerte y, en algunos casos afortunados, a seguir viviendo pero con un corazón regalado.

Controlar el peso, comer sanamente evitando el exceso de sal  y grasas, no fumar y  hacer ejercicio son las mejores medidas para evitar un infarto, la insuficiencia cardíaca y un trasplante; otros factores de riesgo son la hipertensión, la diabetes y el colesterol elevado. Lamentablemente, los chilenos no hemos entendido que es necesario un cambio significativo en nuestro estilo de vida, tal como lo demostró la Encuesta Nacional de Salud, según la cual el 65% de nuestra población vive con sobrepeso u obesidad, y el  88,6% en el sedentarismo.

Luego viene la enfermedad; la  dura etapa de insuficiencia cardíaca avanzada, donde la sensación de falta de aire se presenta en todo momento, dificultando el comer, vestirse o dormir, junto a la espera angustiante del donante que no llega. Todo aquello va quebrantando la esperanza del paciente y su familia.

 En la actualidad, el número de pacientes en lista de espera crece rápidamente; tanto, como la  donación disminuye. Según los datos de la Corporación de Trasplantes, la negativa familiar es de un 33%, cifra que debe  disminuir por medio de la educación y difusión. Además, es tarea de los equipos de salud incrementar la búsqueda de potenciales donantes, cuya coordinación fue encomendada recientemente al Ministerio de Salud.

Y cuando llega el esperado regalo, un período duro de aislamiento y dolor físico va dando paso al regreso a la vida, al trabajo, a compartir con su familia, a amar a sus parejas y pensar en el futuro. Algunos se casan y tienen hijos, otros se separan o están cesantes; pero viven. Viven gracias a alguien que nos dejó, que les explicó a los suyos su deseo de ser donante para que, llegado el momento, sus órganos fueran una bendición para otros que están luchando por permanecer.

Después del impacto social y mediático, el trasplantado vuelve a la realidad, a momentos buenos y a problemas serios. Son discriminados y pierden sus trabajos, o deben ocultar su condición para conseguir uno; no por incapacidad laboral, sino por temor e ignorancia de sus empleadores y compañeros. Tampoco es por  verse diferentes, porque no es así, sino porque ellos nos hacen pensar en enfermedades, en la donación y la muerte, que son temas tabú en la mesa chilena. Deben pagar seguros catastróficos elevados para tener los medicamentos que evitan el rechazo y los mantienen estables.

Una vez más debemos educar: no solo para lograr una profesión, sino que para la vida, para tener mejor salud gracias a la prevención. Pero también debemos educar para la muerte, para entender que gracias a un enorme acto de amor entregaremos vida a los que la necesitan, cuando a nosotros ya se nos haya acabado. Todos podemos ser donantes, pero también todos podemos llegar a necesitar un corazón.

Dr. Luis Sepúlveda
Jefe Unidad Coronaria
Hospital Clínico U. Chile