Sus motivaciones fueron distintas. La de Patricia Bau, egresada de Medicina, fue la contingencia misma, que pudo palpar durante su internado de urgencia. La de Víctor Avello, estudiante de séptimo año, el deseo de trabajar ya en lo que es su profesión, “hacer lo que aprendí”.
Patricia Bau y Víctor Avello. |
A Patricia le tocaron turnos en el Hospital de Buin y en el Luis Calvo Mackenna; en el primero “atendí junto al médico pediatra como uno más, y si tenía dudas le preguntaba, pero si eran casos simples los despachaba sin necesidad de atosigarlo”. En el segundo, hizo “triage” junto a otro interno, analizando los signos vitales de los pequeños pacientes y derivándolos al especialista o a la kinesiterapia. “Me tocó ver muchos casos de influenza; pero, asimismo, a muchos padres que estaban más asustados que los propios niños, consultando de sobremanera a veces, al ver a sus hijos con un poco de tos o de fiebre. Y también me tocaron casos graves, ya diagnosticados de influenza por el propio laboratorio del Calvo Mackenna, pero que consultaban nuevamente por virus sincicial, por ejemplo”.
Víctor, en cambio, fue a ofrecer su trabajo a varios Servicios de Atención Primaria de Urgencia (SAPU) cerca de su casa, y le tocó el Nº 1 de Quilicura. Allí trabajó dos turnos semanales de 14 horas cada uno –nocturnos- por ocho semanas, “y cuando atendí a mi primer paciente, llevaba esperando cuatro horas y media en la sala de urgencia. El sistema estaba colapsado, pero la gente era muy respetuosa y consciente de que estábamos haciendo todo lo posible”.
¿Cómo fue su relación con los equipos médicos de los servicios asistenciales a los cuales llegaron?
Patricia: En el Calvo Mackenna el primer día nos recibió el jefe de la urgencia, para mostrarnos cómo funcionaba el hospital y la labor que teníamos que hacer, y fueron muy agradecidos. En el de Buin, cuando llegué fue una sorpresa, porque no habían sido informados de que yo iría, pero en cuanto se enteraron me apoyaron mucho, me presentaron a todo el equipo, y fue muy agradable trabajar con personas que sentían de verdad que estábamos colaborando.
Víctor: En mi caso también tuve una muy buena recepción, porque estaban conscientes de que necesitaban más gente. Pero me tocó trabajar sólo con un médico chileno, porque los demás eran todos provenientes de Ecuador –la mayoría-, Perú, Bolivia o Cuba. Pero todos fueron muy agradables y amables; de repente había cosas que ellos no sabían mucho pero que yo tenía más fresco el conocimiento, así como otras en que ellos tenían un mucho mejor manejo por llevar más tiempo en un servicio de urgencia.
“Hacen falta médicos, y a nosotros práctica”
En opinión de ambos, la labor del gobierno para enfrentar esta epidemia fue muy buena. Según explica Patricia, “la parte más dura de esta época la viví haciendo el internado rural, pues me tocó hacerme cargo del consultorio de la comuna de San Manuel en Melipilla y tuvimos que implementar la suspensión de actividades para los pacientes crónicos y los controles de niño sano; y, además, nos pedían horas extras para atender en el consultorio, que estaba llenísimo y desbordante de gente consultando. Siento que se hizo bien, porque ayudó a canalizar todo el apoyo profesional de médicos, estudiantes, enfermeras y matronas, además de entregar el antiviral, lo que dio una sensación de seguridad a la población, que se iba feliz sin el temor de estar enfermos por influenza”.
Más práctico, Víctor añade que “el hecho de que hayan llamado a internos de sexto y séptimo año, y que destinaran recursos para ello de manera de remunerar este trabajo, demostró que había una preocupación especial”.
- ¿Piensan que es una política que debiera mantenerse los próximos inviernos, que es la época de mayores consultas?
Víctor: Sería bueno, porque siempre hacen falta médicos y a nosotros nos hace falta práctica, estar ahí. La atención primaria es muy importante, y lamentablemente la educación médica es tan cara en este país que es difícil que un egresado se dedique a ella. Si hubiera más motivaciones como ésta, o un apoyo para el financiamiento, sería distinto y tendríamos a más médicos chilenos trabajando en esta disciplina.
En casa de herrero...
Así, pese a que califican estupendamente esta experiencia, igual tuvieron que enfrentar algunos bemoles en el transcurso: la mamá y la hermana de Patricia se enfermaron de influenza mientras ella estaba haciendo el internado rural y sólo pudo darles las instrucciones de cómo proceder por teléfono; “me dio harta impotencia no poder ayudarla, pero así no más tuvo que ser”.
Víctor asume que, una semana antes de empezar a trabajar, fue una víctima más de la epidemia; “estaba en la playa con unos amigos, pero me dio fiebre por tres días y me dolía mucho todo el cuerpo, así que me quedé en la casa porque sabía que al consultorio que fuera iba a estar repleto. Manejé los síntomas, porque no es de regla tomar el Tamiflú”. Y, ya atendiendo, le tocó toparse con vecinos en el Sapu –que le preguntaban qué estaba haciendo ahí- y ayudar a un amigo, padre de bebés gemelos, que a ambos les dio la influenza: “estaba preocupadísimo, yo le dije qué hacer, ante qué fijarse y todo salió bien”.
Un corolario de esta etapa es que ambos, si bien están muy interesados en cursar sus estudios de especialidad, no tienen ningún apuro. Patricia finaliza diciendo que espera desempeñarse un par de años en la atención primaria o en otra área, “porque aunque estamos capacitados para hacer la beca, no tenemos la misma experiencia de alguien que trabajó antes, haciendo turnos”.
Cecilia Valenzuela |