Nº 293 - 11 de marzo de 2014

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  • Fallecimiento del doctor Raúl Etcheverry Barucchi enluta no sólo a la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, de la cual llegó a ser Profesor Emérito, sino que a toda la profesión: integró la Academia de Medicina de Chile, fue nombrado Maestro de la Medicina Interna y  padre de la Hematología nacional por parte de la sociedad respectiva.

Dr. Raśl Etcheverry.

Su vida completa la dedicó al cuidado de sus pacientes, su más preciado tesoro, buscando, estudiando y analizando, a través de la hematología, alguna nueva solución, tratamiento o cura, y realizando importantes aportes a la salud pública de nuestro país con sus estudios citológicos.

A pesar de que sus orígenes se remontan a la ciudad argentina de Córdoba, aquella que lo vio nacer el 9 de mayo de 1909, se declaraba muy chileno; tanto así que en el año 2003, el parlamento le entregó la nacionalidad chilena por gracia.

A sus cien años, su visión de la medicina y el cúmulo de experiencia lograda en todos estos años de profesión y cercanía con el paciente, le permitieron hacer una real comparación entre la calidad de los profesionales formados hace décadas y las actuales generaciones.

El amor por el paciente y la cercanía son los conceptos que transmitió respecto del deber del médico: “Los egresados de hoy son más teóricos, no tan prácticos como cuando nosotros nos formamos. Antes pues el diagnóstico estaba aquí –golpeándose con el índice la cabeza-, en las dendritas del cerebro, era muy diferente. Yo ejercí durante 73 años y tuve pacientes que llegaron hasta con 110 exámenes, de los cuales solo dos o tres eran necesarios para dar el resultado. Ahí uno puede observar el cambio en la formación”.

Por eso, su consejo fue que “Ojalá los nuevos médicos se dediquen cien por ciento a la profesión, a su estudio; pero, lo más importante son sus pacientes. Que los traten con cariño, pensándolos como si fueran sus familiares. Dedicarse por completo a los enfermos, aunque se deba sufrir con ellos”.

Los años de universidad

En Chile de los años veinte, la única opción para aquellos que querían estudiar Medicina era la Universidad de Chile, alternativa que fue escogida por el doctor Etcheverry, incorporándose al internado en el Hospital José Joaquín Aguirre y, posteriormente, en el Hospital del Salvador, específicamente en el Servicio de Medicina Interna, donde estaba su querido maestro, el doctor Hernán Alessandri. Allí, junto a sus  compañeros Losada, Castillo y Bobadilla, se autodenominaron “mosqueteros de armas universitarias contra la muerte”; él era D'artagnan. Durante la preparación de su tesis, debió atender en el galpón del Regimiento Cazadores a 64 pacientes de tifus exantemático. Su supervivencia a esta epidemia fue un misterio para el médico jefe a cargo, el cual dilucidó el propio interno Etcheverry, recordando una enfermedad que tuvo a los nueve años y que fue diagnosticada equivocadamente como sarampión.

“De mis maestros destaco al doctor Eduardo Cruz-Coke, quien más que clases de química nos realizaba clases de literatura. El doctor Emilio Croizet, de anatomía patológica, que se caracterizaba por su sentido del humor, era muy bromista; y qué decir del doctor Monckeberg, a quien conocíamos por el faraón, ya que tal era su prestigio que contaba con una corte de ayudantes. Sin duda, buenos momentos, gratos recuerdos de años que compartimos en la carrera de medicina”.

Luego de recibido en 1934, se dedicó al control hematológico de los pacientes del Servicio de Medicina Interna del doctor Alessandri, haciendo aportes en diversas áreas. Por ejemplo, fue su estudio de la citología de los neoplasmas el que demostró que el Papanicolau servía para hacer el diagnóstico citológico de tumores. Asimismo, desarrolló exploraciones en un principio resistidas, pero que hoy son técnicas de uso diario, como la punción medular o de ganglios.

Ya en la década de los ' 50, añadió a sus áreas de interés la Antropología, recorriendo Chile para contribuir a un atlas hematológico, descubriendo que la etnia mapuche se caracteriza por ser grupo O y la polinésica, del A, así como también otras importantes características propias de las diferentes razas autóctonas.

Además, durante toda su carrera tuvo la generosidad de compartir tan importante acervo de conocimiento con muchas generaciones de nuevos profesionales. Por ello es que en 1976 fue nombrado “Padre de la Hematología Chilena”, por la sociedad respectiva, en virtud de haber formado una pléyade de discípulos en su especialidad, incluyendo los provenientes de otras fronteras, por encargo de la Organización Mundial de la Salud.

El Maestro y los versos

Toda esta trayectoria lo llevó a integrarse a la Academia Chilena de Medicina, primero como miembro correspondiente –gracias al apoyo y la gestión del doctor Alessandri- y luego como miembro de número, ocupando el sillón que su maestro dejara, cerrando así un círculo de colaboración, admiración, trabajo conjunto y amistad que les llevó décadas. “Tú fuiste el sembrador del germen o semilla/ que fructificó en tus alumnos dilectos/ como en los arados surcos de tierra fecunda/ madura el racimo, crece la espiga, dora la mies/ ¡Qué tiempos aquellos, Maestro/ y qué pena que no puedan volver!”

“El Alma”

(Fragmento de poema que recitó en el homenaje realizado por el servicio de Hematología del Hospital El Salvador al cumplir un siglo de vida)

¿Qué es el alma? Me preguntaste un día,
Fijas tus verdes pupilas en mis ojos
¿Qué es el alma? El eco repetía en la tarde
Que moría en los rastrojos.
¿Qué es el alma? Insiste con empeño,
Y mientras me mirabas con tristeza,
Vi pasar la sombra azul de un viejo sueño,
A través de tus pestañas de oro
Y el beleño de la tarde entornaba sobre tus pupilas de turquesa.


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