Doctora Paulina Pino. |
Las encuestas nacionales tienen la misión de vigilar los procesos no registrados –y, por tanto, “ocultos”- que ocurren en la población de un país, en distintos ámbitos de interés. En el relacionado con la salud, Chile cuenta hoy con distintas encuestas, tales como la Casen, de Protección Social, de Salud, Consumo de Drogas y de Calidad de Vida, a las que se agrega ahora la de Consumo Alimentario, ENCA. A partir de muestras representativas de la población, estas consiguen una fotografía de los problemas más prevalentes y sus diferencias en estratos relevantes de la población.
La información obtenida es valiosísima desde diferentes perspectivas. Si se repiten con una cierta periodicidad, los datos que arrojen dejarán de ser sólo estadística, facilitando al Estado conocer no sólo la situación actual, sino también sus tendencias, lo que permitirá predecir aquellas que podrán devenir en problemas en el futuro. Esto conlleva, por cierto, la responsabilidad de responder mediante políticas dirigidas a atenuar y, mejor aún, evitar tales problemas. Si la ENCA revela diferenciales demográficos o socioeconómicos relacionados con la calidad de la alimentación y con la obesidad, entonces quedará planteado el desafío de establecer políticas públicas que propicien, transversalmente, una alimentación saludable a fin de evitar la pérdida de la calidad de vida, las enfermedades crónicas y la mortalidad en todos los segmentos poblacionales.
La realización de estas encuestas es un emprendimiento formidable que impone serios desafíos técnicos y logísticos. El país ha contado con sus universidades de mayor tradición en investigación aplicada, entre las cuales las universidades estatales debieran ser vistas como socias estratégicas en el conocimiento de las realidades y la búsqueda de soluciones: la academia del Estado, alineada con las necesidades país.
La encuesta impone, también, un esfuerzo importante a la población que participa entregando información. Aparte del tiempo, implica abrir espacios de privacidad, realizar un esfuerzo importante de memoria y veracidad y, ocasionalmente –como en las encuestas de salud- solicita mediciones y la entrega de muestras biológicas. Este esfuerzo se compensa garantizando el respeto y la confidencialidad a los individuos pero, sobre todo, ideando estrategias que optimicen la salud colectiva. En el caso de la ENCA, la sola entrega de mensajes informativos no es suficiente, ya que estos no pueden ser convertidos en acción positiva por todos de igual manera: la cuestión de fondo es la regulación del mercado alimentario y el fortalecimiento de políticas que, basadas en la evidencia, pongan esta al servicio del bienestar presente y futuro de la sociedad.
Finalmente, otro desafío que surge y que también pone en foco la alianza Estado-academia, se refiere al desarrollo de las capacidades para obtener de las encuestas el máximo valor informativo. Esto implica la capacidad de integración de estas fotografías en un contexto general, ya que cada una de ellas –y también los datos de registro- contribuyen con una mirada parcial de la realidad y, por lo mismo, necesariamente deberá buscarse su complementación.
Así, Chile entrará al selecto grupo de países que, en la actualidad, consiguen que los datos se transformen en conocimiento real y útil: cuando la periodicidad y capacidad de estas encuestas y registros permitan estructurar cohortes de estudio y, con ello, la posibilidad de responder a más “por qué”, para contribuir a que el Estado pueda evitar muchos “si hubiera”.
Doctora Paulina Pino
Profesora Asociada de la Escuela de Salud Pública
Facultad de Medicina
Universidad de Chile |
